El lenguaje de la Realidad

Este blog se ha creado para recordar el atentado que sufrió la Universidad de Navarra el 30 de octubre del 2008. Los textos son de los alumnos de Filosofía del Lenguaje que han querido reflejar en ellos su repulsa del atentado, sus razones y también sus sentimientos.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Cinco minutos, no más

Anónimo


Sólo cuando el mal se nos acerca demasiado reacciona el Estado del bienestar. Cuando se nos acerca un poco más de lo tolerable, cuando rompe nuestras ventanas o hace estallar un coche en nuestro párking. Hasta entonces ese mismo mal había hecho estallar muchas ventanas y muchos coches y, todavía más, había acabado con casi mil vidas humanas. Pero, incluso habiendo causado tanto dolor, nos quedaba lejos. La sociedad acomodada de nuestros días se ha vuelto indolente. Pasa por alto la mirada de los negros hacinados en los cayucos, los bebés abandonados en el Congo y el pobre de la puerta de la iglesia de al lado. El otro día pensé que los ricos, (donde nos podríamos incluir), no son mala gente. Al contrario, son educados y divertidos, atentos. Simplemente ocurre que han cometido el error imperdonable de olvidar, a fuerza de falta de práctica, lo que es la vida. Si les llevas a un vagabundo al despacho en la última planta de un ostentoso edificio, y les comentas su terrible situación, muy probablemente se sorprenderán, se horrorizarán si el caso lo merece, y extenderán un cheque. El problema es que hay que llevárselo a su despacho, porque de lo contrario no forma parte de su realidad. El atentado de ETA en nuestra Universidad irrumpió en nuestro despacho y nos hizo plantar cara al mal sin poder ladear la cabeza y mirar hacia otro lado. Nos sacó, al menos por ese día, de nuestras idas y venidas cotidianas, de nuestros cafés y nuestras conversaciones sobre exámenes y chicos, libros y fiestas. Formamos parte de una sociedad tan ensimismada en su nivel de bienestar, que el mal tiene que golpearnos muy cerca para que reaccionemos.

Sólo en ese caso nos dignamos a salir de nuestro caparazón. Y, ¿cómo es entonces nuestra reacción? La experiencia de este atentado llamó mi atención sobre un fenómeno humano paradójico que se da en nuestra sociedad: es curioso que incluso entonces, en los momentos más extremos, aquellos en los que nuestras reacciones no encuentran precedentes, al ser humano se le hace difícil crear. No sólo vivimos y actuamos muchas veces imitando a los demás en lo que hacemos, decimos y decidimos, sino que incluso sentimos por imitación. No somos capaces de crear sentimientos propios ni siquiera ante la tragedia, funcionamos socialmente, funcionan las convenciones sociales. A lo mejor tú eres lento para construir sentimientos y al ver el humo y los cristales rotos, al principio no sientes nada, pero como todos los demás gritan y lloran, pues tú gritas y lloras también ¿Hasta qué punto nos contagiamos de los demás? ¿Dónde acaba nuestra "imitación" y dónde empieza nuestra verdadera reacción, la reacción de nuestro verdadero yo? Recuerdo que, en el momento en que se produjo el atentado, yo estaba con mi madre y, durante un momento, no sentí ni reaccioné, pero entonces mi madre se preocupó y sintió miedo por mí y yo reaccioné y me preocupé y sentí miedo por otra persona. De este modo, el sentimiento se masifica, se trasmite de unos a otros como una vibración, desdibujándonos.


Y además de esa unificación de manifestaciones, de ese sentimiento de masa que también arropa, está el tema de la hondura y el alcance de esa reacción. La magnitud del problema llevado a la mera anécdota. Nos indignamos, escribimos en el Tuenti "malditos etarras". Comentamos con nuestros amigos, y con todo el que quiera escuchar, que aquel día yo tenía que pasar, yo tenía que estar, yo tenía que aparcar,...Temblamos y nos damos cuenta de lo frágil que es la vida humana. Tratamos de comprender que alguien pasa horas planeando dónde poner un coche, con qué carga, y sin avisar, barajando la posibilidad de crear una masacre. Pero no lo entendemos y entonces lo obviamos, cerramos el paréntesis, olvidamos. Sin darnos cuenta de que precisamente con ello damos fuerza a ese mal gratuito. El hombre es un ser racional, un buscador de razones, que se convierte en filósofo muchas veces cuando el mal le toca de cerca. "¿Por qué me ocurre esto a mí?" Y ante la irracionalidad del mal lo aparta de sí, o lo trivializa, dándole entonces fuerza y espacio. Le deja camino libre porque no lucha contra él, lo ignora. Se toma una pastilla de soma, como sucedía en Un mundo feliz, de Aldous Huxley.

La conclusión que saco del atentado es que tenemos que tener el mal y el dolor en nuestro corazón, no cinco minutos, no ese día o esa semana, sino siempre. Que hay que luchar por tenerlo presente para actuar contra él a la menor oportunidad. Que no nos sea ajeno que ETA ha matado a otras personas, que nos indigne ese problema, no durante un momento, no porque nos haya tocado demasiado cerca, sino como una constante en nuestra vida. Al mal no se le puede regalar el espacio del olvido. Hay que acosarlo constantemente, día a día. Me asusta pensar que volveremos a instalarnos en nuestra cómoda realidad, y que este atentado será una anécdota más que contar a nuestros nietos. Que no nos habrá sensibilizado hacia realidades más amplias, hacia dolores más lejanos. Y la nuestra una existencia de espaldas al dolor y a la muerte. Hasta que nos vuelva a explotar un coche en nuestro párking y pensemos sobre ello durante otros cinco minutos. No más.

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