El lenguaje de la Realidad

Este blog se ha creado para recordar el atentado que sufrió la Universidad de Navarra el 30 de octubre del 2008. Los textos son de los alumnos de Filosofía del Lenguaje que han querido reflejar en ellos su repulsa del atentado, sus razones y también sus sentimientos.

lunes, 1 de diciembre de 2008

La transformación de la Universidad de Navarra: reflexión tras el atentado

Dámaso Izquierdo Alegría3º Filología Hispánica

A las 10.58 horas del jueves 30 de octubre me encontraba en el seminario del departamento de lingüística de la universidad escribiendo un mensaje, cuando, de pronto, una fortísima explosión me obligó a interrumpir su redacción y a huir entre una gran confusión, incertidumbre y miedo. En principio, yo no debía estar en el antiguo edificio de Bibliotecas en ese momento. Efectivamente, era el primer jueves del semestre en el que me encontraba en la universidad a esa hora, pero el día anterior había decidido que era más conveniente cumplir dos horas como alumno interno los jueves de 10.30 a 12.30. Así comenzó para mí un jueves fuera de lo común, un jueves repleto de casualidades. El azar hizo, además, que me hallase precisamente en el seminario 1230, frente a la pantalla del ordenador que suelo utilizar. Este ordenador se encuentra justo al lado de la ventana derecha, de modo que la distancia que me separaba del cristal que quedó hecho añicos era casi inexistente: los pocos centímetros que ocupa el alféizar. Pero el mismo azar que me hizo rozar el peligro fue el que me protegió de cualquier tipo de daño. Milagrosamente, una persiana veneciana cubría por completo la ventana afectada, así que ni un solo cristal llegó a alcanzarme. En cambio, las otras dos ventanas, cuyas persianas dejaban al descubierto la mitad del cristal, quedaron afortunadamente intactas.

El mismo día del atentado, al reconstruir todo lo acontecido esa mañana, me llamó la atención cómo cualquier objeto de la vida cotidiana se puede convertir en una amenaza que nos ataca o bien en una ayuda providencial. A partir de las 10.58 de aquel día todos los objetos de la universidad se transformaron y dejaron de ser lo que eran. Ya no había aparcamientos, ni ventanas, ni venecianas, sino lugares donde sembrar el terror, armas que podían herirnos y valiosos salvavidas. El atentado transformó incluso a la propia universidad y convirtió a la sede de las ideas, la razón y el pensamiento en el epicentro de la barbarie, la sinrazón y el pánico. Un potente artefacto fue capaz de modificar, no solo nuestras vidas, sino también la misma realidad. En un momento de tal intensidad todo sufrió una metamorfosis tan radical que seríamos capaces de crear un diccionario con nuevos significados para todo aquello con lo que nos topamos en esos momentos. Resulta irónico que la mencionada persiana veneciana que tanto maldecía días atrás porque no lograba protegerme de los rayos del sol, haya sido el instrumento que me permitiera salir ileso de la universidad. Por tanto, incapaz de cumplir la función para la que había sido colocada allí, la persiana consiguió amortiguar la caída de los cristales, situación para la que en ningún momento había sido diseñada.

Una de estas mutaciones que reinaron entre la mayoría de los que nos encontrábamos en el campus fue el significado que adquirió el silencio. En efecto, tan valorado en la biblioteca o en el aula dos minutos antes del atentado, el silencio se convirtió en el peor de los enemigos para nuestros amigos, familiares y conocidos que estaban seguros de que nos encontrábamos en las inmediaciones del aparcamiento. Nuestra sociedad, gracias al teléfono móvil y al desarrollo de las comunicaciones a distancia, ha logrado que el silencio sea una rara excepción. Sin embargo, la avalancha de llamadas que se registraron en ese momento imposibilitó todo contacto con el campus universitario. Ese falta de comunicación fue la respuesta más temida, ya que, acostumbrados a hablar a distancia, la imposibilidad de contactar con alguien inducía a pensar que, cuando menos, esa persona había resultado gravemente herida.

Este nuevo significado del que se ha impregnado la universidad ha sido tan fuerte que, los días posteriores al atentado, algunos estudiantes, entre los que me incluyo, atravesábamos los aparcamientos con miedo e incluso corriendo. Es cierto que con el transcurso de las semanas ese significado del que tristemente hemos tenido que dotar a algunos objetos se ha ido diluyendo, pero, de alguna manera, siempre quedará en nuestra mente su recuerdo. Ante acontecimientos de tal magnitud, el ser humano, como ser simbólico, se resiste inconscientemente a olvidar esas nuevas connotaciones. De todas formas, lo más llamativo es que sea el propio ser humano quien haya dado lugar a esta horrible subversión del mundo. El hombre, cuya función real es la búsqueda de la verdad y de la felicidad, se transforma a sí mismo para convertirse en su verdugo, para traicionar su propia naturaleza. Y es precisamente la razón, la inteligencia que nos distingue de las bestias, aquello que ha sido empleado para superar ampliamente la barbarie de los seres que son irracionales por naturaleza.

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