El lenguaje de la Realidad

Este blog se ha creado para recordar el atentado que sufrió la Universidad de Navarra el 30 de octubre del 2008. Los textos son de los alumnos de Filosofía del Lenguaje que han querido reflejar en ellos su repulsa del atentado, sus razones y también sus sentimientos.

domingo, 7 de diciembre de 2008

El hombre hecho monstruo

Virginia Marín Marín

Eran las once y seis minutos de la mañana cuando estaba en la villavesa un 30 de octubre del 2008. ETA había vuelto a atentar contra la Universidad de Navarra. Los teléfonos móviles no dejaban de sonar. De pronto mi atención se centró en una señora que desesperada lloraba mientras su hija pequeña la observaba asustada.
-“Mamá, pero ¿quiénes querían matar a esas personas?- le pregunta la niña.
- … unos hombres muy malos.-Logra responder la madre abrazando a su hija. La pequeña se enfada y le contesta frunciendo el ceño:
- No mamá, esos no son hombres, son unos monstruos.”

¿Quiénes somos y por qué lo hacemos? ¿Hasta qué punto aquello que ansiamos comienza a convertirse en una amenaza para los demás?
Aquel día comencé a plantearme el concepto de libertad y cómo ésta es capaz de engendrar tanta violencia. En principio, deberíamos contemplarla como una virtud, como ese don que nos permite vivir en un mundo mejor. Ser libres de amar al otro, tener plena libertad para perdonar, sentir el derecho de sembrar la paz con plena libertad. Sin embargo, en el mismo instante en el que tal virtud se convierte en una victoria, en una meta, en una apuesta personal, todo lo tiñe la ambición y el deseo desmedido. Todo exceso se transforma en vicio. Y todo vicio nos lleva a la perdición.

Aquellos monstruos que reconocía la inocente mente de la niña roban la libertad que todavía no les pertenece, intentan apoderarse de una libertad que no existe. Lidian una batalla contra la nada y demuestran su derrota a través de la violencia. Una violencia injusta ya que atentan contra gente inocente y totalmente ajena al campo de batalla que sólo ellos han decidido crear.

Libertad para sentir, libertad para soñar, libertad para expresar, pero no se puede admitir la libertad para matar, porque entonces vuelves a usurpar aquello que no te pertenece. Es en ese instante en el que le arrebatas al otro su libre derecho a amar, a sentir, a soñar, a vivir.

“No importa lo aburrido, cruel o sabio que sea un hombre; él siente que la felicidad es su derecho indiscutible”, dijo en una ocasión la escritora estadounidense Helen Keller. Yo hoy, reflexiono y afirmo que la crueldad de aquellos monstruos y el derecho de alcanzar su feliz objetivo, les infundió satisfacción a cada uno de ellos, y terror a todas sus víctimas. El hombre ama su libertad, pero a veces se excede en sus derechos y termina por destruir todo cuanto le rodea, incluso a su propia persona.

¿A dónde tiene que acudir el ser humano para encontrar la seguridad que otros les quitan? El vivir implica el reto de superar muchas dificultades a lo largo de nuestro camino, pero no tenemos porqué asumir el miedo, ni tampoco adaptarnos a una violencia que nadie comprende. Tal vez, muchas de aquellas personas que vivieron de cerca el atentado ni siquiera conocían quién era ETA, y sin embargo se les obligó injustamente a formar parte de sus planes. Hoy centenares de estudiantes y trabajadores acuden inseguros a sus labores diarias, caminan con miedo por las calles de Pamplona. Desde aquel día un amplio grupo de personas se suman a la larga lista de todos aquellos que temen que se atente injustificadamente contra sus vidas.

Cicerón dejó escrito: “Seamos esclavos de nuestras leyes para que podamos ser los amos de nuestra libertad”. Muchos siglos después, un conjunto de individuos crean sus propias leyes con las cuales pretenden esclavizar a un país para ejercer su propio concepto de libertad. ¿De qué libertad hablan? ¿Del libre derecho de matar? Nos hemos convertido en títeres movidos por los hilos de la violencia y la intolerancia. Juegan con las vidas de las personas y con la misma frialdad se deshacen de ellas a su antojo. Y mientras tanto, sólo podemos abrazarnos a la impotencia de no poder hacer nada, nos sujetamos a un sordo grito de desesperación. En el momento en el que se responde con sangre inocente, nuestra voz se apaga. El miedo nos calla en un ruidoso silencio. Nos quedamos inmóviles esperando al próximo asalto. La esperanza de un cambio favorable se nos roba con la misma facilidad con la que ellos se apropian de las vidas de las personas.

Hoy ya no sabemos qué es ser libres, ya no confiamos en un futuro en el que se pueda vivir sin sentir miedo, ya no sabemos en qué momento los hombres se convierten en monstruos. Hoy muchas de las víctimas del 30 de octubre apoyarán al filósofo Wittgenstein cuando dijo: “Ya no sé porqué estamos aquí, pero estoy muy seguro de que no es para ser felices”

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